martes, 26 de noviembre de 2013

BIOGRAFÍA: ENCARNACIÓN EZCURRA (por Ciro C. – 5º “A”)


N
ació en Buenos Aires en 1795 y fueron sus padres don Juan Ignacio Ezcurra, español, y doña Teodora de Arguibel, argentina hija de franceses.
Tenía dieciocho años cuando, el 16 de marzo de 1813, se casó con don Juan Manuel de Rosas.
Los primeros tiempos de la pareja no fueron de prosperidad económica. Rosas entregó a sus padres la estancia “El Rincón de López”, la cual administraba en el partido de Magdalena. Quería trabajar por su cuenta como hacendado, sin tener que pedir favores a nadie. En una correspondencia mandada desde el exilio inglés a su amiga Josefa Gómez, Rosas dirá que estaba “sin más capital que mi crédito e industria; Encarnación estaba en el mismo caso; nada tenía, ni de sus padres, ni recibió jamás herencia alguna”.
Del matrimonio Rosas nacieron: María de la Encarnación, nacida el 26 de marzo de 1816, y bautizada de urgencia, que no sobrevivió; Manuela Robustiana, que nació el 24 de mayo de 1817, y Juan Bautista Pedro, que vio la luz el 30 de junio de 1814 y que falleció el 3 de julio de 1870.
Doña Encarnación se mostró como una luchadora, entusiasta y franca, siempre dispuesta a dar la cara en la contienda con los enemigos de su marido. Se la recuerda especialmente por su actuación relevante y decidida en la denominada Revolución de los Restauradores, de cuya preparación se ocupó, con el apoyo firme de la gente del pueblo.
Ezcurra era de carácter severo cuando las circunstancias así lo imponían, aunque muchos la retrataron como una mujer que carecía de ternura.
Es indudable que influyó mucho sobre Rosas. Entre los testimonios que pueden citarse en favor de lo relativo de aquella influencia está una carta de Mariquita Sánchez de Mendeville a don Juan Manuel, en respuesta a otra del dictador en que la trataba de "francesita parlanchina y coqueta".
La alta sociedad porteña no le perdonaba a Encarnación Ezcurra el trato cordial que mantenía con pardos, mulatos, gauchos, indios, comisarios y soldados, todos ellos considerados entonces como representantes de las capas sociales más bajas. No lograban comprender sus actos. Ella hacía amistades ”grotescas” para la época, mientras su familia era de las más pudientes de Buenos Aires.  Pero Encarnación sabía que al ganarse el cariño de los estamentos más populares, esto le acarrearía a Rosas un caudal muy grande de seguidores, votantes y soldados para sus campañas, y también espías y matones para las arduas campañas políticas de los federales.
Tanta firmeza y decisión la ubicó, entre 1833 y 1834, como operadora política de excelencia cuando todo parecía indicar el debilitamiento de la influencia de Juan Manuel de Rosas en la provincia de Buenos Aires.
Apenas tres años después de la segunda llegada de Rosas a la gobernación de Buenos Aires, doña Encarnación Ezcurra muere. Era el 20 de octubre de 1838. Su cadáver fue encerrado en un lujoso ataúd, y conducido en larga procesión en la noche del 21 hasta la iglesia de San Francisco donde fue depositado. A su funeral asistieron diplomáticos de Gran Bretaña, Brasil, de la isla de Cerdeña y el encargado de negocios de los Estados Unidos. También estaban presentes todos los integrantes del Estado Mayor del Ejército de la Confederación Argentina, en el que figuraban los generales Guido, Agustín de Pinedo, Soler, Vidal, Benito Mariano Rolón y Lamadrid. El pueblo concurrió en un número no menor a las 25.000 personas.  Rosas mismo ordenó para la “Heroína de la Federación” funerales de capitán general. La Gaceta Mercantil del 29 de octubre de 1838 publicó, por este mismo motivo, que los ministros extranjeros izaron a media asta sus banderas. Las demás provincias argentinas hicieron análogas manifestaciones de duelo.

La Sociedad Popular Restauradora dispuso “cargar luto durante lo traiga nuestro ilustre Restaurador y conforme al que Él usa, que consiste en corbata negra, faja con moño negro en el brazo izquierdo, tres dedos de cinta negra en el sombrero, quedando en el mismo visible la divisa punzó”. Esta disposición perduró por durante 2 años más. En octubre de 1840, Juan Manuel de Rosas resolvió poner fin al duelo federal por su mujer.



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